YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 13 de mayo de 2016

VERGÜENZA Y ETHOS MAFIOSO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Sin lugar a dudas, las negociaciones de paz de La Habana estaban empantanadas en la discusión sobre el número de zonas de ubicación exigidas por las Farc, los protocolos para su funcionamiento y la seguridad de los comandantes guerrilleros y la de la tropa fariana concentrada territorialmente.

A estos temas, se suman los reclamos de los negociadores de las Farc por la presencia y las acciones criminales perpetradas por grupos paramilitares que vienen asesinando a defensores de derechos humanos, reclamantes de tierras y líderes sociales, entre otros. El acuerdo de un cese bilateral del fuego también venía discutiéndose en el contexto de hostigamientos y enfrentamientos provocados por la Fuerza Pública en zonas de La Uribe, en el Meta, según denuncian las Farc en su página web y por el asesinato de soldados por parte de francotiradores de las Farc, según denuncias del estamento militar.

Podríamos decir que el pesimismo de los colombianos ya rondaba la Mesa de Negociación. Ayer, al caer la tarde, el Comunicado Conjunto Nro 69 nos devolvió el optimismo y la esperanza de que pronto habrá anuncios sobre nuevos preacuerdos y finalmente la firma definitiva que pondrá fin a la expresión armada del conflicto, en el entendido de que las circunstancias objetivas que lo originaron aún subsisten.

El contenido del mencionado Comunicado[1] no solo renueva los ánimos de quienes acompañamos y apoyamos la negociación política para ponerle fin al conflicto armado interno, sino que debería de servir para darle el último impulso al Proceso de Paz y llegar por fin a una pronta firma del Acuerdo Final.

Más allá de la discusión alrededor de la viabilidad y validez jurídica internacional del carácter de Acuerdo Especial de Paz que se le dará a lo acordado en La Habana, lo que se puede rescatar es el triunfo de la política y de lo político, en tanto expresión discursiva de ésta.

Las salidas jurídicas contenidas en el Comunicado Conjunto 69 para blindar lo que al final acuerden el Gobierno y las Farc, supone una discusión argumentada y unos encuentros dialógicos que los colombianos debemos de rescatar, para que en adelante los conflictos, las diferencias y todo tipo de desavenencias las aprendamos a resolver a través del diálogo respetuoso, a la escucha del Otro y con toda la disposición ética para reconocer que ese Otro puede tener la razón.

Más allá del discurso jurídico, de las diversas interpretaciones que ya aparecen sobre lo anunciado, y de su importancia para regular la vida de los asociados a un Estado, lo que debemos exaltar es la negociación misma que se adelanta en La Habana y en especial reconocer este gran avance. Y ello debe traducirse en una acción clara: politizar los espacios sociales con el firme propósito de darle una oportunidad a la discusión respetuosa y al intercambio de argumentos, para solucionar nuestras diferencias y discrepancias. Todo ello, sobre la base de una enorme transformación cultural de una sociedad que de muy diversas maneras valida el uso de la fuerza y de la violencia como mecanismos para imponer un discurso o una verdad.  

Apenas horas después de la declaratoria y el llamado a la Resistencia Civil[2] que hiciera el latifundista, ganadero y ex presidente Álvaro Uribe Vélez, el Gobierno y las Farc, a través del Comunicado Conjunto número 69, mandan un claro mensaje al hoy senador de la República y a sus áulicos: la firma del fin del conflicto armado no tiene reversa, a pesar de su clara, tozuda e incomprensible oposición.

Así entonces, lo decidido en La Habana deviene con un profundo sentido ético-político para aquellos sectores como el “uribismo[3]”, acostumbrados a imponer sus ideas, a evitar la discusión civilizada, al debilitamiento de la institucionalidad para consolidar liderazgos mesiánicos y autárquicos y sobre todo, proclives a difundir medias verdades[4] para confundir a las audiencias y para indisponer a sus seguidores, poco dispuestos históricamente al diálogo respetuoso con aquellos que no comparten el proyecto de Estado, de sociedad y de mercado que encarna y defiende a dentelladas Álvaro Uribe Vélez.

A pesar del rescate de la política y del sentido ético-político con el que deviene tanto el Proceso de Paz, como el  contenido mismo del mencionado Comunicado, la imperiosa necesidad de blindar lo que al final se acuerde en La Habana, evidencia la crisis de la institucionalidad estatal y por supuesto, la de la institucionalidad privada derivada del actuar de actores de la sociedad civil; de igual manera, el contenido del Comunicado 69 pone de presente la crisis de la palabra empeñada y por lo tanto, de la política y de lo político en tanto discurso  con el que políticos profesionales y ciudadanos del común dan cuenta de la aceptación y el respeto de las reglas del juego (la política).

Y estas circunstancias son suficientes para que todos los colombianos sintamos vergüenza del tipo de Estado y de sociedad que hemos edificado. Reconocer que hemos construido un orden social, político, económico y cultural inviable, insostenible, insustentable y profundamente ilegítimo, nos puede conducir hacia la construcción de escenarios de posconflicto,  con todo y el sentido maximalista que acompaña a dicha nomenclatura. Y debemos reconocer también, que hemos construido Estado, sociedad y mercado sobre un oprobioso ethos mafioso, que aún hoy guía la política y con el que se contaminan los discursos que pretenden dar cuenta de las maneras como creemos que respetamos las reglas, las normas y las leyes.  

Bienvenido, entonces lo acordado en La Habana. Hay motivos para aplaudir, pero aún faltan razones para celebrar.

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