YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 22 de febrero de 2016

PEDAGOGÍA POR LA PAZ

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Los problemas de aceptación social y de credibilidad que enfrenta el Proceso de Paz de La Habana guardan estrecha relación con la baja cultura política y la pobre formación ciudadana de millones de colombianos, y por supuesto, con una fuerte correspondencia con los tratamientos periodístico-noticiosos de las empresas mediáticas y con la trayectoria política de los actores armados que están sentados en la mesa de diálogo.

Para el caso de las Farc-Ep, esta es  una organización armada que cuenta, al parecer, con un reducido apoyo social, en especial en urbes en donde los ejercicios representacionales que hacen las empresas mediáticas sirven para generar negativos estados de opinión frente al actuar político y armado de dicha guerrilla.

Eso sí, el Proceso de Paz mismo les ha permitido incidir positivamente en grupos de audiencias que prefieren ver a los señores y señoras de las Farc echando discursos, haciendo política, y no bala y ‘tatucos’. Igualmente, la aparición de sus miembros más connotados en esos mismos Medios que históricamente los han caracterizado como bárbaros, bandidos y terroristas, ha servido para “limpiar” en algo esa negativa imagen que sus acciones de guerra y terror han creado, con el interesado cubrimiento  de un periodismo[1] acucioso al que le ha faltado criterio, tino y sapiencia para cubrir un complejo conflicto armado como el que aún afronta Colombia. 

El Proceso de Paz de La Habana ha soportado difíciles coyunturas político-mediáticas. Desde acciones de guerra rechazadas por una opinión pública que jamás comprendió aquello de dialogar y negociar en medio de las hostilidades. Baste con recordar el asesinato de 11 militares[2] en el Cauca a manos de las Farc y la retención, secuestro o la puesta como prisionero del ya olvidado General Alzate. Esos dos episodios fueron bien aprovechados por los opositores y detractores de la negociación para señalar que las Farc estaban usando el proceso de diálogo para fortalecerse y de esa manera, las conversaciones de paz se traducirían en una burla para el Gobierno y para la sociedad.

Recientemente las Farc-EP nuevamente dan pie para que esa opinión pública adversa y hostil al Proceso de Paz y a la misma organización guerrillera, consolide esas negativas representaciones sociales que circulan social, política y mediáticamente en torno a la seriedad y el real compromiso de Timochenko y la organización bajo su mando, para ponerle fin al conflicto y transformarse en un partido político que se gane rápidamente un lugar en el escenario político y electoral de Colombia.

La presencia armada de miembros de las Farc, en el corregimiento de el Conejo, en Fonseca (La Guajira), con motivo de la llegada de “Iván Márquez”, “Joaquín Gómez” y “Jesús Santrich” para adelantar allí encuentros pedagógicos con las bases guerrilleras, al parecer, de acuerdo con lo informado, terminó en un ejercicio de proselitismo político-armado.

Este sería el quinto ejercicio de esa naturaleza, que consiste en que miembros de la cúpula fariana se desplacen desde Cuba, para hacer en territorio colombiano ejercicios pedagógicos con la “guerrillerada”, con el firme propósito de mantener la unidad de mando sobre la base de que los guerrilleros comprendan qué es lo que se está negociando en La Habana y lo que implicará para toda la organización armada la dejación o entrega de armas y los procesos de reintegración a la sociedad.

En esta oportunidad, y según lo señaló el propio jefe negociador del Gobierno, la dirigencia de las Farc desconoció e irrespetó lo acordado entre las partes en torno a este tipo de acciones pedagógicas. Actividades estas por demás necesarias y legítimas.

La reacción del Gobierno de suspender los viajes y los ejercicios pedagógicos de las Farc es apenas lógica y esperada, aunque hay que decir que esa reacción fue generada por la presión de medios masivos y redes sociales que ventilaron las imágenes, y por el escándalo que armaron los sectores afectos al Centro Democrático, que funge, de tiempo atrás como el polo en donde confluyen guerreristas, detractores de los diálogos de paz y “enemigos” del fin del conflicto.

Más allá de si la presencia armada de las Farc estaba o no convenida, la sociedad debe reconocer lo positivo que resulta que en el contexto de una delicada negociación política, hoy los guerrilleros lleguen a un pueblo, aunque armados, con la firme intención de hacer pedagogía por la paz. Hay que entender que aún no se pacta un cese bilateral del fuego y que siempre habrá riesgos en la movilización de los guerrilleros por zonas en las que aún existen paramilitares. Si las partes que negocian le informan al país que habrá presencia de guerrilleros armados en ciertas zonas, muy seguramente nos hubiéramos ahorrado el escándalo.

Resulta a todas luces exagerada la reacción del Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado, quien calificó la presencia de guerrilleros armados en el Conejo (Fonseca, Guajira) como una “afrenta contra la institucionalidad”. Si vamos a hablar de ultrajes, desprecios y afrentas a la institucionalidad, entonces recordemos la espuria reelección de Ordóñez y su permanencia en el cargo a pesar de su ilegalidad; o qué tal las actuaciones del entonces Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora y del hasta hace unas horas Director General de la Policía, Rodolfo Palomino, entre otros casos.

Creo, entonces, que ad portas de firmarse el fin del conflicto estos errores deben manejarse con mayor tino por parte de los negociadores. Se espera una mayor madurez política y responsabilidad histórica del Gobierno de Santos y de la dirigencia de las Farc.

Termino con una reflexión alrededor de la soberbia de los grupos armados, sean estos legales o ilegales. Habrá paz, entre otras cosas, cuando como sociedad dejemos de admirar a los combatientes. Colombia necesita más ciudadanos y menos Héroes.

Todo ejercicio del poder deviene con una dosis de arrogancia y soberbia. Y más cuando ese poder está respaldado por las armas. En esa línea, todos los actores armados, legales o ilegales, actúan con profunda y determinada arrogancia.

En este largo y degradado conflicto armado interno, Fuerzas Armadas, Guerrillas y Paramilitares han actuado con soberbia frente a pueblos y comunidades a las que  sometieron, amenazaron o desplazaron.

En estadios de guerra la insolencia, la desfachatez, la arrogancia o la desvergüenza pueden tornarse normales, puesto que en estos estados de crispación, el poder de las armas nubla la razón de los combatientes.

En el tránsito de la guerra a la paz, se espera que las actuaciones y decisiones con evidentes visos de jactancia por parte de los actores armados, disminuyan de tal forma que aparezcan la humildad, la sencillez, pero sobre todo, la madurez política suficiente que les impida cometer errores y les dé la sapiencia para superar los conflictos que estos errores generan.

Considero que lo sucedido en Fonseca es un incidente menor que no puede poner en riesgo el Proceso de Paz de La Habana. Un llamado a todas las partes a la calma, a no actuar con arrogancia y ligereza.

Resulta a todas luces contradictorio que sean algunos grupos de civiles los que estén hoy pidiendo que se rompan los diálogos de paz. Por fortuna, en la otra orilla están otros grupos de civiles, ojalá que sean mayoría, exigiendo que continúen los diálogos de paz.


Adenda: les importa y les “duele” La Guajira por la presencia armada de las Farc, pero poco se preocupan por los niños Wayuu que mueren de sed y desnutrición. Y menos aún les preocupa las redes mafiosas y clientelares que se tomaron La Guajira, con la anuencia de autoridades civiles, militares, políticas y eclesiásticas.

Imagen tomada de elpais.com


[2] Días después, fuerzas combinadas de Ejército y Fuerza Aérea, bombardearon un campamento de las Farc, con un saldo de por lo menos 30 guerrilleros muertos. Acción militar que claramente tuvo un carácter vindicativo. 

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