YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 18 de mayo de 2007

Cuidemos lo que existe, cuidemos la vida y el lenguaje, por Germán Ayala Osorio

Este ensayo girará en torno a una pregunta fundamental: ¿Es posible una sabiduría sobre el cuidado de lo que existe?
Voy a preguntarle a la pregunta, en un pretendido ejercicio de acercamiento filosófico al problema que plantea el interrogante. ¿Qué debemos considerar como sabiduría? Acaso un estado superior de comprensión del mundo de las cosas y de las ideas, de lo que existe, o de lo que existió? ¿Un poder dar cuenta de la complejidad del mundo, superando la fragmentación que de éste ha hecho la racionalidad científica y académica y la especialización de los saberes para intentar explicar y comprenderlo?
¿Lo que existe es lo que puedo nombrar a través o a partir del lenguaje? ¿O lo que existe está limitado por las particularidades del lenguaje técnico, científico, académico y coloquial, entre otros? ¿Quién determina que algo existe? Su representación lingüística, su exposición evidente ante nuestros sentidos (hasta hoy hay dudas de cuántos posee el ser humano); o por el forzoso y siempre relativo consenso de una comunidad académica, científica, social y política, entre otros? ¿O lo que existe tiene una connotación negativa que intenta llamar la atención alrededor de lo que queda, de lo que aún se puede salvar? En fin…
El cuidado de lo que existe remite a una necesidad, es decir, que hay que cuidar algo, esto es, lo que existe. Cuidar es conservar, o indica la acción de mantener más o menos inamovibles un entorno, unas circunstancias, unos hechos. Puedo pensar en que hay valores, principios y prácticas culturales (visibles, explicables y por tanto existentes) que hay que cuidar o mantener. Ello lleva una condición imperativa y por tanto un propósito: hay que cuidar la naturaleza (medio físico- natural; entorno) porque es importante, definitivo y fundamental. Lo que indica un para qué, un propósito, un beneficio de hacerlo y un efecto negativo si no se hace.
¿Lo que existe necesita ser cuidado? Porque si lo que existe – o acepto que existe[1]- es fundamental para la vida del ser humano, entonces puede determinar unos principios y señalar un camino que teleológicamente me lleve a un puerto seguro.
Es posible que deba regresar sobre los asuntos problemáticos señalados a partir del rápido ejercicio de preguntarle a la pregunta. Pero debo partir y aceptar que lo que existe está relacionado con las actuales incertidumbres del ser humano inmerso en sociedades contemporáneas escindidas y complejas; lo que existe está dado en términos de unos contextos que determinamos, que señalamos, que comprendemos, que habitamos y que intentamos explicar, más allá de un asunto meramente natural alrededor de la existencia de un entorno físico- natural. Es decir, lo que existe no admite duda alguna. Existe porque lo puedo nombrar (acción lingüística) y porque resulta fundamental para la existencia del hombre, su vida en el planeta, en un oikos del que aceptamos que existe y subsiste en una profunda crisis que pone en riesgo la continuidad de la vida humana.
Para lo que existe, existe una circunstancia que justificaría su abordaje: en la dimensión ambiental se advierten crisis estructurales y coyunturales que colocan en riesgo la especie humana que sostiene y da vida a la dimensión cultural – y con ella, lo humano – dado que puede desaparecer por culpa de un desarrollo poco amable con el medio ambiente.
Se pone de presente entonces una dualidad conflictiva: lo ambiental- cultural, que puede expresarse en una situación problemática: la especie humana no tiene nicho ecológico. Este asunto se abordará más adelante.
Lo ambiental no se reduce a las recetas y al discurso moralizante de ambientalistas que ven en el desarrollo[2] y en la transformación del entorno natural como el resultado de una negativa y equívoca concepción de la naturaleza[3]; por el contrario, lo ambiental se entenderá como la capacidad de comprender las relaciones de los propios ecosistemas naturales en donde el orden natural no puede separarse del orden humano. Por su parte, lo cultural se entenderá como las formas de organización socio- económica y una compleja e infinita red de símbolos que cohesionan dichas formas y de otras posibles. Es decir, todas las manifestaciones o desarrollos que indiquen una necesidad adaptativa del hombre a condiciones que de forma natural le pueden resultar adversas.
Augusto Ángel Maya plantea así el asunto: “El problema ambiental consiste en que los equilibrios culturales tampoco pueden traspasar ciertas barreras. La cultura tiene también límites de resiliencia, que aunque no coincidan exactamente con los límites ecosistémicos, no por ello dejan de existir. La transformación tecnológica de los ecosistemas tiene que crear nuevos equilibrios en los que sea posible la continuidad de la vida… Comprender las especificidades de la cultura es tan importante para descifrar el enigma ambiental, como entender las leyes que rigen el ecosistema.” [4]
He ahí entonces el asunto clave: hacer posible la continuidad de la vida, de lo que aún existe. Sin duda, en las circunstancias actuales podemos decir que la vida humana y la del planeta son viables en tanto nuestra intervención sea (in) controlable.[5] Es posible, necesario y urgente entonces revisar los entramados socioculturales y a través de ellos construir una concepción de hombre- mujer que explique lo humano y a partir de ahí, diseñar estrategias que coadyuven a señalar y aceptar que debemos cuidar lo que existe. Parte de la estrategia está en hacernos sabios. Como lo pregunté líneas atrás: sabio sería o se entendería como el poder dar cuenta de la complejidad del mundo, superando la fragmentación de éste y de la especialización de los saberes para intentar explicar y comprenderlo en su complejidad.
Creo entonces empezar a responder la pregunta que dio vida a este ensayo: Sí es posible una sabiduría sobre el cuidado de lo que existe, bajo ciertas condiciones: la primera, aceptar que el lenguaje es posibilidad y obstáculo a la vez; la segunda, que las complejas sociedades contemporáneas están obligadas a repensarse, de ahí la duda que existe alrededor la positiva respuesta dada a la pregunta que orienta esta reflexión; la tercera, que los miedos desarrollados y naturalizados por el ser humano hacen posible la aparición de acciones negativas que perjudican lo que existe, esto es, las condiciones habitables del planeta; y la cuarta, aceptar que es posible que exista una suerte de inercia que no se puede controlar, explicar y representar lingüísticamente; esto es, una suerte de destino que ante el ser humano se presenta como inexplicable e inalcanzable, de ahí que no haya mucho que hacer frente a ciertas crisis.
Creo entonces que sí es posible cuidar lo que existe siempre y cuando re fundemos varios asuntos: la política, como vía a solucionar los problemas humanos; el Estado, como orden social ha mostrado debilidades y fortalezas, de ahí que requiera repensarse el tipo de Leviatán que heredamos del discurso hegemónico de la Modernidad europea; el objetivo de la ciencia y del desarrollo científico será la consecuencia de la discusión política alrededor de qué hacer con las inteligencias del ser humano; y por último, asumir como prioritario el establecimiento de relaciones dialógicas como las que han asumido Morin y Cyrulnik, en sus conversaciones alrededor de la naturaleza.
De ahí se sostiene una duda frente al discurso ambientalista y naturalista en torno a que las crisis que el ser humano contemporáneo ha generado a través de diversas acciones, son la resultante de haber roto un aparente y natural equilibrio. Quién asegura que la naturaleza vive en equilibrio o tiende hacia él. ¿No será que la idea de una homeóstasis sale de un profundo sentimiento de respeto y admiración sobre la naturaleza, pero que no obedece a una comprensión de las lógicas con las que esa misma naturaleza se manifiesta? El asunto entra entonces en las redes del lenguaje.
Quizás las preocupaciones que hoy nos ocupan se hayan dado porque el ser humano actual (desde la perspectiva occidental) no logró, no ha logrado explicar lo humano porque el desarrollo cultural[6] ha dispersado las preguntas fundamentales – y la búsqueda de respuestas – en múltiples relatos que teniendo relación con lo humano, se quedan en asuntos coyunturales o en externalidades que explican muy bien el carácter conflictivo y contingente de la vida humana, pero que no alcanzan a explicar asuntos trascendentales, como por ejemplo, alcanzar la sabiduría por encima del desarrollo científico- técnico y por encima, incluso, de prácticas hedonistas perfectamente remplazables. Una sabiduría, por ejemplo, que sirva para encadenar, para relacionar, para colegir fenómenos y circunstancias; contrario a la capacidad que el ser humano (especialmente el occidental) ha desarrollado para fragmentar.

Si la biología no es – y no ha sido - capaz de explicar qué es la vida, lo que ha señalado o posibilitado la cultura son caminos explicativos, comprensivos y conflictivos de múltiples formas humanas de habitar el mundo, sin que ello asegure que el hombre[7] comprenda su naturaleza, su origen, su destino e incluso, una razón de estar en el mundo que le permita explicar y comprender qué es la vida, más allá de un asunto disciplinar.[8] Esto es, asumir una actitud sabia frente al mundo. Quizás esté haciendo falta poner en práctica y desarrollar en la mente humana la lógica dialógica o pericorética[9] planteada por Leonardo Boff.
Así, la condición humana viene siendo el correlato que sostiene el alejamiento de la naturaleza; o en palabras de Hannah Arendt, “el artificio humano del mundo separa la existencia humana de toda circunstancia meramente animal, pero la propia vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos vivos.”[10]
Escapar de la condición humana se entiende como una actividad o decisión cultural en la medida en que el hombre se hace históricamente invencible y supera, con la generación de símbolos, ante, y a quienes, le acompañan en la Tierra: los animales. Incluso, ese escapar de la condición humana a través o a partir de la cultura ha convertido al ser humano en un extraño frente a sus semejantes. Se invisibiliza ante los demás (y a los demás), e invisibiliza asuntos problemáticos propios de su condición. Esa intención manifiesta resulta, por lo tanto, de un desarrollo técnico y científico que desborda lo humano y lo desconecta de su obligatoria comprensión y de su ubicación en lo más profundo del desarrollo del lenguaje. Se requiere que el ser humano alcance desarrollos en otros campos o dimensiones, por ejemplo, en el campo discursivo, en la comprensión del otro(s) e incluso, en la re localización de la política como el mejor camino para solucionar los conflictos y hallar un nicho biopolítico[11] que sostenga su trasegar por el mundo.
Hardt y Negri sostienen que el biopoder “es una forma de poder que regula vida social desde su interior, siguiéndola, interpretándola, absorbiéndola y rearticulándola. El poder sólo puede alcanzar un dominio efectivo sobre toda la vida de la población cuando llega a constituir una función vital, integral, que cada individuo apoya y reactiva voluntariamente. La vida ha llegado a ser un objeto de poder. La función más elevada de este poder es cercar la vida por los cuatro costados y su tarea primaria es administrar la vida. El biopoder se refiere pues a una situación en la que está directamente en juego la producción y la reproducción de la vida misma.” [12]
Pero dichos desarrollos, en lo discursivo, en lo identitario y en lo biopolítico deben ir acompañados de una profunda reflexión acerca de qué es la vida. Nada más inconveniente para los asuntos humanos que alcanzar desarrollos técnicos, científicos y tecnológicos alejados de dicha pregunta. Externalidades como el dinero, el trabajo, las relaciones de producción alejan la discusión cotidiana de lo humano, dejándolo como un asunto sólo posible de ser abordado por filósofos y agentes que de manera individual deciden buscar respuestas en torno a éste. El trabajo está, entonces, en ampliar la discusión acerca de lo humano (incluye, por supuesto, lo ambiental y lo cultural) a todas la esferas poblacionales para que desde allí, el Estado, la sociedad civil o ciertas organizaciones recojan elementos que nos ayuden a comprender de una mejor manera cómo lo humano es entendido por extensos grupos humanos.
Si la tecné amplía la naturaleza, y hace parte del hacer humano, su desbordamiento corre de forma paralela al desarrollo de la cultura que la justifica, la hace viable y posible, la entroniza y la hace imprescindible. Una técnica desbordada y sin límites aleja al hombre de lo humano y lo ubica en una desazón que casi de forma original lo acompaña desde su llegada al mundo. Aquí el asunto del discurso juega un papel trascendental en la medida en que con él se legitiman y entronizan las lógicas de una técnica que no sólo perdió su esencia, sino que parece incontrolable. Por ello, insisto, es clave que el discurso político retome su lugar en la sociedad humana y coadyuve a la generación de ese nicho que tanta falta le hizo y le hace a lo humano.
No se trata de esquilmar a quienes creen ciegamente en el desarrollo técnico y en las comodidades que nos ofrece la tecnología, de lo que se trata es de volver su discusión un asunto político –humano- en extenso, esto es, ampliar la discusión a esferas cotidianas que tienen mucho que decir. Eso sí, hay que reflexionar alrededor de quienes señalan que “la totalidad de la naturaleza y, por tanto, el proceso evolutivo depende cada vez más del insumo tecnológico. Desde el momento en que aparece o se consolida la cultura, la naturaleza ha venido siendo sometida a una constante transformación. No es, por tanto, un fenómeno atribuible solamente al desarrollo moderno. Puede decirse incluso que las transformaciones tecnológicas del neolítico, con la invención de la agricultura y la domesticación de los animales, significó, al menos en algunos aspectos, un cambio ambiental más profundo que los incluidos por el desarrollo moderno. La segunda gran revolución neolítica apenas empieza con la biotecnología, por medio de la cual el hombre penetra hasta la misma raíz genética de los sistemas vivos.” [13]
Señalo que la cultura, la técnica y el desarrollo tecnológico resultan artificiosos por cuanto lo humano, sus asuntos, se desvanecen cuando intervienen discursos que justifican actividades y decisiones que, alejadas de profundos asuntos humanos,[14] hacen que la vida del hombre, especialmente en sociedades contemporáneas escindidas, pierda sentido y se vaya vaciando de sentido progresivamente. Está claro que el desarrollo técnico y tecnológico asegurará un mundo diferente en el que debemos aprender a vivir o re aprender lo que hasta ahora hemos logrado, pero debemos depositar en la política, en el biopoder, las esperanzas de un mundo mejor.
Todo lo construido hasta ahora, simbólica y físicamente, puede resultar atractivo – y de hecho lo es-, pero se escenifica en una condición problemática que se había esbozado líneas atrás: la especie humana no tiene nicho ecológico. Augusto Ángel Maya explica esta condición así: “Ello significa que la adaptación humana no se realiza a través de transformaciones orgánicas, sino a través de una plataforma instrumental compleja y creciente que llamamos <>. Esta plataforma de adaptación no incluye solamente las herramientas físicas de trabajo, sino también las formas de organización socio- económica y esa compleja red de símbolos que cohesiona los sistemas sociales. Así, pues, también las formas de organización social y de articulación simbólica son estrategias adaptativas de la especie humana.” [15]
Sin ese nicho ecológico, producto de transformaciones orgánicas y de relaciones naturales entre presa- predador, el hombre no puede lograr ser moderado. Sus miedos y el no saber de dónde viene y del por qué cayó en el mundo (la poesía y la filosofía se han acercado, pero no alcanzan a concebir un nicho), le otorgan al ser humano la posibilidad de construir un entorno contingente, anómico, aunque perfectamente racional, especialmente cuando la política interviene y da luces para reversar lo que haya que reversar.
Quizás por ello, el orientar la ciencia y la tecnología para dominar la naturaleza sea la máxima expresión de una neurosis natural u original resultante de no saber qué se es, es decir, de no tener un nicho en donde encontrar de manera primigenia un actuar que no pueda interpretarse como un asunto externo a su condición.
La cuestión puede ser aún más sencilla: comprendernos en tanto nuestras debilidades y no a partir de la exposición de una condición (imagen) sobre humana que no sólo ubica al hombre en la cumbre de la cadena trófica, sino al tope de las decisiones sobre el futuro del planeta. El actuar a partir de ese vacío (el no tener nicho) le ha permitido al hombre disponer de un poder casi absoluto cuya máxima arma se encuentra en su propio desarrollo cultural y en la biopolítica.
Ángel Maya lo dice claro: “El problema ambiental es eminentemente político, entendiendo por esa ambigua expresión, la capacidad de orientar el rumbo de la cultura.” [16]
El lenguaje amplía el mundo, sin duda, pero también tiene límites y por ende limita las explicaciones y las respuestas que el hombre viene buscando de tiempo atrás. Es allí en donde se debe concentrar el hombre contemporáneo, pero especialmente en el lenguaje de la política.
La comunicación y la hermenéutica, parte de la discusión y del problema
El hermeneuta es, en sí mismo, un cúmulo de experiencias, motivaciones, subjetividades, opiniones, reflexiones, nociones y certezas que discursivamente pueden concentrarse, mimetizarse y manifestarse en depuradas proposiciones y elaboraciones conceptuales. Pero sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente lo define y lo caracteriza como un ser histórica, política y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente, por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos.
Toda acción lingüística, acto de habla o discurso configura un escenario comunicativo en el que se manifiestan un poder hacer (hablar, decir), un poder interpretar (el hermeneuta competente), un poder cultural (limitaciones y posibilidades de acuerdo con los propios desarrollos de determinada cultura) y un poder influir en tanto que en dicho escenario haya lugar a la acción interpretativa de un agente o actor social y político que lee, interpreta, crea, recrea (Enunciador) y construye un tejido de ideas (texto); y haya lugar también a una acción reconstructiva-interpretativa de otro agente social (Enunciatario) competente para descifrar los códigos y el sentido que ofrece el texto recibido; de igual forma, que haya lugar a que los desarrollos culturales modifiquen, confronten y afecten los modelos mentales de quienes intervienen en los procesos comunicativos – interpretativos, esto es, hermenéuticos.
Desde la comunicación y para la comunicación, la hermenéutica resulta ser un asunto complejo en la medida en que interpretar un texto, un discurso o un acto de habla conlleva una acción de comprensión y de reconocimiento no sólo de un estado de cosas, situación o fenómeno, expresadas a través de ideas y códigos lingüísticos, sino de un ser humano que discursiva, psicológica e históricamente ofrece de manera natural una mirada, una postura o un qué decir casi único sobre aquello que pueda ser nombrado, es decir, que exista o tenga sentido. Un ser humano que también de manera natural merece ser reconocido, y desde la acción hermenéutica, digno de interpretación a través de su producción discursiva y de las manifestaciones culturales que le permiten estar en un momento histórico preciso. Parte, entonces, del asunto de cuidar lo que existe, parte de cuidar el discurso, el lenguaje. Y la mejor forma de hacerlo es tener y asumir una actitud hermeneuta frente a los demás, frente a lo dicho, y frente a lo que existe.
Es que el ser humano, discursivo e histórico, está en el mundo y pasa por él con actitud interpretativa. El mundo se le presenta en asuntos complejos que enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y lenguajes, le van dando elementos para comprender en dónde está y de quiénes lo rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud hermenéutica, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario y explicaciones a los fenómenos que le desbordan en capacidad de comprenderlos en primeras instancias.
La hermenéutica, por tanto, es un asunto comunicativo y un hecho cultural en la medida en que a través del lenguaje y de la lengua germinan valores, formas de ver y sentir; discurre la vida social, esto es, se cultiva la vida. Por este camino, las expresiones culturales proponen y hacen parte de un escenario comunicativo concebido con toda la carga simbólica, emotiva y el background de quienes participan del escenario bien como enunciadores – enunciatarios (intérpretes in situ) o como intérpretes exógenos al escenario cultural - comunicativo original. Las expresiones culturales son ya interpretaciones de agentes que deciden hacer público un sentir o un disentir de la vida humana en sociedad.
La labor del hermeneuta apuntaría al encuentro de vacíos, fracturas y grietas en el texto (en los textos y en la textualidad de los discursos que circulan y de los que se ocultan) analizado, para que a partir de ahí, se descubran puntos de encuentro y desencuentro dándose así una necesaria y bienvenida comunicación conflictiva, riesgosa e incluso, no posible de llevarse a cabo.
Por ello, “la comunicación sólo se realiza si se entiende la selectividad de un mensaje, es decir si se está en posición de hacer uso de ella al seleccionar los propios estados del sistema. Esto implica contingencia en ambos lados, y de este modo, también la posibilidad de rechazar las selecciones que ofrece la transmisión comunicativa. Estas posibilidades de rechazo no pueden eliminarse como posibilidades. El rechazo comunicado en respuesta y ese rechazo traducido en un tema dentro de los sistemas sociales, se identifica con el conflicto. Potencialmente, todos los sistemas sociales son conflictos; lo único que pasa es que el grado en que se realiza este conflicto potencial varía de acuerdo al grado de diferenciación del sistema y de acuerdo con la evolución social. Bajo tales condiciones de formación, la elección entre <> y <> no puede guiarse sólo por el lenguaje, porque es precisamente el lenguaje el que garantiza ambas posibilidades…” [17]

Al poder comunicativo de la lengua se agregan, como factores definitorios, las investiduras, estatus, realizaciones y pretensiones de aquellos que participan del escenario comunicacional en el que las interpretaciones, esto es, las mutuas y cruzadas acciones interpretativas, resultan ser un juego ideológico en el que si bien no hay vencidos ni vencedores, sí hay reconocidos y no reconocidos, y por supuesto, interpretaciones ajustadas y posibles, así como desajustadas e imposibles.
Con el lenguaje, con la actitud hermenéutica y con todo lo planteado en las líneas precedentes, es posible superar la ceguera contextual que señala Morin. La expresión exacta de Édgar Morin dice así: “Pensar en términos contextuales nos permitirá ciertamente llevar a cabo progresos decisivos y no sólo cognitivos. Hoy, todos estos conocimientos fragmentarios tienen algo mortal. Hemos creado catástrofes naturales desviando ríos en Liberia o levantando presas de agua de forma irreflexiva, destruimos culturas en virtud de una lógica económica cerrada. Se ha desarrollado lo que yo llamaría una inteligencia ciega para los contextos, que ha perdido toda capacidad de concebir los conjuntos. Pero vivimos en un mundo en el que todo comunica e interactúa.” [18]
[1] ¿Cuánto dejaron y han dejado por fuera los discursos y las lógicas científicas, alrededor de fenómenos, hechos, contextos, situaciones, especies y relaciones, de los cuales se dijo que no existían, no existen, que no se pueden dar?
[2] Entendido como el progresivo avance científico en intención de dominar la Naturaleza. La Declaración de los Pueblos de la Tierra (Foro Mundial 1992) puede constituirse en un ejemplo del discurso ambientalista que pone de presente el conflicto entre los asuntos cultural – ambiental: “La urgencia de este compromiso se ha visto acentuada con la decisión de los líderes políticos mundiales en las deliberaciones oficiales de la Cumbre de la Tierra de desconocer muchas de las más importantes causas de la creciente devastación ecológica y social de nuestro planeta. Mientras ellos han circunscrito al perfeccionamiento de un sistema económico que atienda los intereses a corto plazo de unos pocos en detrimento de la mayoría, la iniciativa en pro de cambios más fundamentales ha recaído – ante la imposibilidad de otras opciones – en organizaciones y movimientos de la sociedad civil. Nosotros asumimos este reto (Foro Internacional de Organizaciones No Gubernamentales.- ONG).” (Tomado de Construyendo futuro, tratados alternativos. Bogotá: Ecofondo, febrero de 1994.).

[3] Espacio armónico, eficiente y propicio para la vida humana, según la mirada tradicional y si se quiere romántica de quienes han aportado al discurso ambientalista. Nota del autor

[4] MAYA, Ángel Augusto. La diosa Némesis, Desarrollo o Cambio cultural. Cali: CUAO, 2003. p.13.

[5] Ante la evidente posibilidad de una descarga nuclear con solo obturar un botón, el riesgo de desaparecer se ha tornado posible y por lo tanto angustiante. Nota del autor.

[6] La publicidad, y en general el poder de penetración de los medios masivos y la propia industria cultural, distraen al ser humano de los asuntos verdaderamente trascendentales. La distracción se apoya en que los asuntos humanos, es decir, su reflexión, es tarea de unos pocos capaces de proponer modelos explicativos, dejando por fuera aportes que desde la cotidianidad se pueden hacer. Nota del autor.

[7] Se habla de Hombre como categoría moderna, pero es claro que la mujer está contenida en los asuntos humanos, por cuanto no puede entenderse como una exclusión. Nota del autor.

[8] No se aboga aquí por una condición o una respuesta en sentido teleológico, pero el determinar límites de lo humano en escogidas disciplinas ya es un obstáculo. Nota del autor.

[9] “Por su medio se busca el diálogo en todas las direcciones y en todos los momentos. Por eso supone la actitud más inclusiva posible y

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